Donde normalmente habría niñas y niños jugando, ahora reina el silencio en las calles de Mapanza, un pequeño pueblo del suroeste de Zimbabue. Las reuniones comunales para comer han cesado, las risas están ausentes y la ropa cotidiana ha sido sustituida por botas de lluvia y trajes protectores.
El pueblo se enfrenta a un incesante brote de cólera, lo que pone de manifiesto la gravedad de la enfermedad.
En un día reciente de fuertes lluvias, los charcos rodean las tres grandes tiendas de campaña situadas en el centro del pueblo. Personal médico con mascarillas y guantes entra y sale de las tiendas. Llevan goteros a la tienda donde se encuentran las personas en estado más crítico.
En las otras dos tiendas, el personal sanitario atiende a pacientes cuyo estado se ha estabilizado. De vez en cuando, una niña curiosa se asoma desde la tienda. Parece tener unos cinco años.
Mientras nos adentramos en el pueblo, nos encontramos con Alec. "Probablemente empezó en un servicio religioso donde se reunió mucha gente", dice Alec, un hombre amable y enérgico que vive en el pueblo y que experimentó personalmente lo rápido que el cólera puede golpear sin piedad. "Poco después, la gente empezó a enfermar".
Foto: Fleur Verwer/IFRC
Fuentes de contaminación
Además, la comunidad comparte una fuente de agua, que se contaminó. Como el cólera se propaga fácilmente a través del agua, se calcula que casi la mitad del pueblo enfermó. No hay centros sanitarios en la zona, lo que agravó la situación hasta un nivel crítico en cuestión de horas.
Las personas estaban tiradas en el suelo sin ningún sitio adonde ir, recuerda Alec. "La gente empezó a sufrir diarreas graves y a vomitar de forma abundante", explica. "Casi la mitad de la población del recinto estaba en el suelo, y una pareja local intentó trasladar a tanta gente como pudo al hospital de Chiredzi, pero era abrumador. Las personas más afectadas fueron la niñez y las mujeres; también murió gente".
Alec también tuvo que luchar por su vida. Tras caer enfermo, su mujer esperó ansiosa noticias sobre su marido. No podía estar con él y desconocía su estado. Fue un periodo de angustia.
Foto: Fleur Verwer/IFRC
Una respuesta inmediata
Hoy, cuando visitan el pueblo, es difícil imaginar que esta pesadilla ocurrió hace sólo unas semanas. Aunque los acontecimientos aún se extienden sobre la comunidad, y las cosas siguen lejos de la normalidad, cada vez enferma menos gente y muy pocas personas mueren, gracias a quienes se movilizaron para ayudar.
Las personas voluntarias de la Cruz Roja de Zimbabue apoyaron inmediatamente al Ministerio de Salud y Atención a la Infancia, llevando tiendas de campaña, suministros médicos y "soluciones de rehidratación oral" para que la gente pudiera ser tratada de forma segura y no tuviera que seguir tumbada en el suelo. Junto con el Ministerio de Salud, pudieron controlar el brote.
Incluso ahora, hay personal voluntario por todas partes en el pueblo. Muchas de estas personas, como la esposa de Alec, son miembros de la comunidad que se ofrecieron como voluntarias después de experimentar lo que el cólera hizo a sus seres queridos. Ahora participa en campañas puerta a puerta, informando a la gente sobre cómo protegerse para que no vuelva a producirse un brote de esta magnitud.
Desde el comienzo del brote, el voluntariado y el personal de la Cruz Roja de Zimbabue han estado actuando para combatir la propagación del cólera y prestar asistencia a la población afectada. La Cruz Roja también ha apoyado al Ministerio de Salud en la creación de un centro de tratamiento del cólera para que las personas con síntomas de la enfermedad tengan acceso a una atención adecuada.
Las personas voluntarias también han visitado las comunidades para informar a la población sobre cómo protegerse y proteger a sus seres queridos, así como sobre qué hacer si enferman.
Para poner en marcha la respuesta inicial, el Fondo de Emergencia para la Respuesta a Desastres de la IFRC (IFRC-DREF) asignó 500.000 francos suizos y, poco después, la IFRC hizo un llamamiento de emergencia por un valor de 3 millones de francos suizos para prestar asistencia vital a más de 550.000 personas y ayudar a contener el brote.