La pasada temporada de huracanes en el Atlántico ha sido de las peores para Honduras desde el huracán Mitch, que ocasionó más de 5.000 muertos en 1998.
Los huracanes Eta e Iota, de categoría 4 y 5 respectivamente, tocaron tierra el pasado mes noviembre y entraron por el Departamento del Paraíso, la zona en la que Carlos Colindres, Gerente Nacional de Riesgos de la Cruz Roja Hondureña, vive habitualmente. “Cuando confirmé que la situación podía llegar a ser muy grave, comencé a preocuparme por mi familia. Estábamos ya diseñando los planes de contingencia para la población, cuando recordé que tenia que hablar con mi padre para prevenirle. Le expliqué que iban a venir días de mucha lluvia y vientos fuertes y era necesario prepararse, contar con víveres y abrigarse… me contestó que ya había vivido situaciones parecidas a lo largo de su vida, pero ahora se sentía más tranquilo porque según él, se manejaban de una forma más eficiente. De eso se trata, le dije, de estar preparados para poder dar la mejor respuesta posible, tratar de minimizar el impacto y salvar vidas”.
Responder durante una pandemia
Según Colindres, gerente desde 2014, la pandemia de Covid ha dificultado la respuesta de las instituciones al desastre ocasionado por los dos huracanes, por problemas de movilidad y limitación de adquisición de productos, entre otros. “La Cruz Roja Hondureña tiene mucha experiencia en enfrentar situaciones epidemiológicas endémicas de la zona, como son el dengue o el zika, y estamos preparados para actuar ante situaciones meteorológicas adversas como huracanes o inundaciones, pero no con una pandemia de tal magnitud al mismo tiempo… un país nunca está preparado para una situación como esta”.
Para dar una atención de calidad en tiempo adecuado, según Colindres, fallaron muchas cosas, como los sistemas de alerta temprana, porque no hay tecnología adecuada y disponible en el país que permita hacer una proyección y previsión certera. “Pese a todo, nuestra respuesta fue la adecuada, llegamos en el momento justo. Los voluntarios y voluntarias de Cruz Roja Hondureña, junto a las fuerzas de seguridad nacional bajo la dependencia de las Unidades de Respuesta Humanitaria UHR, estuvieron desde el principio evacuando a personas y trasladando a la población a los albergues y otros lugares seguros. Solo Cruz Roja salvó la vida de más de 4.900 personas, a través de rescates acuáticos y aéreos. También realizaron tareas de rescate, apoyo psicosocial, primeros auxilios, y limpieza de viviendas… pero el segundo huracán, Iota, vino a empeorarlo todo, dejando a 1,2 millones de personas expuestas al desastre”, recuerda.
Estar preparado
Para poder responder de la manera más eficaz a una catástrofe como esta, según Colindres, son necesarios muchos años de trabajo duro y entrenamiento previos. Es fundamental estar preparados a todos los niveles, desde el institucional al local. La clave es contar con la capacitación y los recursos adecuados, además del entrenamiento constante del voluntariado. “Contar con un plan nacional de respuesta claro que forma parte del fortalecimiento de nuestra capacidad operativa, nos ha servido para planificar nuestra respuesta. Además, el voluntariado ha sido capacitado para hacer frente a emergencias, incluidas las epidemias. Muchas Sociedades Nacionales, con el apoyo de la IFRC, estamos implementando un enfoque que denominamos PER (Preparación para una Respuesta Eficaz) que nos permite mejorar nuestro mecanismo de respuesta ante desastres. Este enfoque es el resultado de la experiencia y de las buenas practicas aprendidas durante muchos años respondiendo a emergencias en todo el mundo”.
El paso de los huracanes Eta e Iota desencadenó una crisis humanitaria agravada por la pandemia de COVID, que ha dejado más de 100 muertos en Honduras, millones de desplazados, así como la destrucción de viviendas, puentes, carreteras, cultivos y pérdidas económicas millonarias, que tardarán años en recuperarse.